
Dalila Mendoza: mi hija nunca ha sido una cruz sino una bendición
noviembre 24, 2021La especialista me dijo que mi hija no iba hablar, ni a caminar, que iba hacer prácticamente un ser vegetal. Salí corriendo de ese consultorio pegando gritos. Mi amiga me detuvo, me abrazó y me ayudo a sentarme. Entonces me dijo: la ciencia se equivoca, la última palabra la tiene Dios.
Texto: M.H.
Existen personas que sacrifican toda una vida por amor. Pero no se trata del amor que vemos en los personajes de las telenovelas, sino del amor que nos enseña la palabra de Dios: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no se envanece” (1Corintios: 13:1-13).
Ese es el caso de Dalila Mendoza, quien a los 19 años tuvo su primera hija Roxy Mendoza. Pero lo que en principio fue la alegría más grande del mundo, pronto se convirtió en un dolor tan terrible, que recuerda el poema de César Vallejo: “Hay golpes en la vida, tan fuertes, tan fuertes, que es como si vinieran del odio de Dios”.
Pero fue precisamente su amor a Dios, lo que logró revertir ese sufrimiento por su hija en la felicidad más absoluta, puesto que por intermedio de sus aflicciones por Roxy, llegó a la Verdad: “El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
Dalila Mendoza nació en Caracas, pero a los 4 años sus padres junto, con sus nueve hermanos se trasladaron al municipio San Diego, concretamente al barrio Los Magallanes.
“Estudie en el liceo Magallanes hasta segundo año de bachillerato. Mi papá Víctor Mendoza era albañil y mi madre, Leonor Colmenares, ama de casa. Yo quería estudiar, quería ser enfermera, porque mi madrina mi inculcó el amor por esa profesión. Pero pronto tuve que comenzar a trabajar, y buscando una salida fácil a mi vida, porque era el pensamiento de la mujer en esos tiempos, me fui de la casa a los 17 años con el papá de mi hija Roxy.
Dalila Mendoza habla con una sinceridad que aturde. Se expresa suavemente, con una sabiduría que me deja casi sin preguntas, porque provoca escucharla todo el día. Vive en una humilde casita en la ciudadela Valencey. A su lado, su hija yace en un cochecito silla de rueda, donde apenas le caben sus pies. Ella dice cariñosamente mi niña. Y aunque para todos es una niña, ha cumplido 30 años en la edad cronológica del tiempo.
“A los 19 años tuve a Roxy, luego de nacer su papá no la reconoció. Durante el embarazo tuve toxoplasmosis, un parásito que es muy peligroso para las mujeres embarazadas y a los 7 meses sufrí un conato de aborto. Mi hija nació con el paladar abierto y le mandaron una plaquita. A los cinco meses le dio bronquitis y le vino una meningitis, luego derivo en una parálisis cerebral. Desde ahí su padre se lavó las manos y nos dejó solas para librarse de la carga. Yo tuve que regresarme a la casa de mis padres”.
La entrevista transcurre en una hermosa tarde del valle de San Diego. Apenas interrumpidas por los pequeños nietos de Dalila. Roxy mira muy entretenida y sonriente. Su mamá dice que se encuentra muy alegre, porque le gustan las fotos.
“Yo era muy joven y comprendía muy poco de la vida. A esa edad trabajaba pero también me gustaba bailar, así que mi mamá me cuidaba la niña. A los 8 meses mi hermana me dijo que le parecía extraño que la niña no gateara ni hiciera intento de pararse, definitivamente no tenía un desarrollo normal y los médicos nunca me advirtieron nada. Así que busque una consulta con un especialista, me la atendieron y le hicieron una serie de exámenes.”
-¿Qué te dijeron?
“Después de la consulta me mandaron a mi caso y me mandaron a regresar la semana siguiente, porque había que esperar los resultados de los estudios?
-¿Cómo pasaste esos días?
“Fueron días cargados de angustias, esperando los resultados y lo que me iban a decir. Es algo muy fuerte”.
-¿Estabas preparada para cualquier diagnóstico?
“La angustia no me dejaba pensar. El día de la consulta fui con una amiga que es cristiana. Cuando llegamos la doctora me dijo que le daba dos años de vida a mi Roxy. Que no iba hablar, ni a caminar, que iba hacer prácticamente un ser vegetal. Salí corriendo de ese consultorio pegando gritos. Mi amiga me detuvo, me abrazó y me ayudo a sentarme. Entonces me dijo: la ciencia se equivoca, la última palabra la tiene Dios”.
-¿Qué pasó cuando llegó a su casa?
“Mi hermano José habló conmigo. Me abrazó y oró por mí, me dijo que confiara en Dios, que Él siempre tiene la última palabra. Mi padre también lloraba y me dijo que no me preocupara, que cuidara a mi hija que él iba a trabajar para ella. A los 15 días le dije: papá usted ha trabajado mucho por nosotros. Así que me fui a trabajar por mi hija, y en la casa me la cuidaban”.
Roxy sigue sonriendo. Siempre que veo a Dalila, la veo llevando el coche de su hija. No la suelta, ella le habla y me dice que se entienden perfectamente. Que ella es muy cariñosa, pero muy absorbente cuando se molesta. Pero como nunca se han despegado un instante han desarrollado un vínculo que les permite comunicarse tan sólo con mirarse.
-¿En ese momento que le pediste a Dios?
“En ese momento, como ya mi hermano me había hablado de la palabra de Dios, de su misericordia y de su amor. Le pedí que me diera fortaleza para sacarla a ella adelante, porque muchos me decían: eso es una cruz. Pero yo cuando entendí lo que nos había sucedido lo vi como una bendición. Yo dije Señor yo sé que me has bendecido con esta niña, te pido fortaleza para trabajar. Dios es testigo que trabajé hasta hace once años que me operaron a la niña de la columna, cuando ya era una señoríta y no quería dejarla al cuidado de nadie”.
-¿La doctora le dio dos años. Cuándo se acercaba esa fecha y después que paso, qué pensaste?
“Eso fue un trauma muy grande. Mi hija cumplió dos años, tres. Después la gente me decía que cuando llegara al desarrollo se moría. Pero yo siempre confiando en Dios. Porque si hay algo que me llevó a mí a creer en Dios y depositar toda la confianza en Él fue este propósito. Porque para esto que estoy viviendo es un propósito de Dios, para que yo entendiera que sin Él no somos nada en esta tierra. Yo siempre me levantó, y aunque no tenga comida, yo siempre digo: Señor tú me darás porque lo has prometido. Muchas veces mi hija ha carecido de alimentos, de sus cosas personales, pero ahí siempre ha estado Dios para bendecirnos”
-¿Nunca Dios le ha fallado?
“Hace 11 años dejé de trabajar, por la operación de la niña. Entonces le dije Señor yo no puedo más, ya tienes que ser tu quien lo hagas todo, yo ya no puedo con mis propias fuerzas, porque mucho luche, trabajé para conseguirle sus alimentos, sus pañales, sus medicinas, todo para que a ella no le faltara nada. Entendí que Dios es quien me sustenta, Él es quien pone personas, envía personas para que nos bendiga a nosotras. Mi confianza es que Dios esta conmigo, que va delante de mí. Él que me da la victoria en cada batalla que tengo y que no estoy sola”.
-¿En algún momento, usted no dijo: Dios por qué yo, por qué mí hija?
“Por qué mi muchachita, por qué mi hija. Por qué a mí si estoy tan joven, le preguntaba yo. Porque lo que sucedió con mi hija, fue algo que me frenó, que me dejó en shock, no hallaba que hacer con mi hija. Pero me Dios me dijo que tenía que seguir adelante, con dificultades, sí, pero con Él. Tener que llevarla a Caracas con los especialistas, tener ella que pasar por cirugía para mejorar su condición. Hasta que dije no quiero que me la operen más, que sea el Señor quien haga. Si quiere Él, que me la levanté, que sea su poder y no el del hombre, porque yo siempre trate y lo que hacía era sacrificarla más. Me dije: el sacrificio lo hiciste tú en la cruz. Yo voy a ser por ella lo que Dios me la permita. Las respuestas a mis preguntas me la dio Dios con tanto amor”.
-¿Qué es lo más hermoso que le ha sucedido en este proceso?
“Escuchar la vos de Dios, sabe Él que no miente. Cuando iban operar a mi hija, una madrugada me levanté y le dije a Dios: Señor ayúdame, fortalece mi vida, guíame, ya no puedo más. Entonces escuche su voz que me dijo: Confía en mí, confía en mí. Fue ahí cuando me agarró más a su palabra y me fui enamorando más del Señor”.
-¿Cómo es atender una niña especial?
“Atenderla es saber que se despierta de madrugada o a veces no duerme, o no me deja dormir, que hay que bañarla, que hay que asearla, cambiarle su pañal. Adicionalmente a veces no tenemos alimentos, ni pañales, tampoco agua y este techo tan caluroso que la fatiga. También hay que soportarle en ocasiones sus rabias. En ocasiones me he sentido mal, porque no tengo 15 años, tengo 47 años de edad.
Y pienso que estar atendiéndola a ella desde su nacimiento, mi salud va decayendo. Pero ahí está Dios dándome fortaleza y salud para no caer.
Ni el covid pudo tumbarme, sólo pensando que tenía que atenderla. Pero si hemos salido adelante ha sido por la gloria de Dios, porque todo este proceso fue para que estuviéramos a los pies de nuestro Señor y por ello le damos gracias todos los días por su misericordia”.
Uno ve a Dalila, durante toda la entrevista no ha despegado sus ojos de Roxy, ni esta de ella. Pese a todo el sufrimiento que ha vivido, habla sin amargura, sin rabia. Cada palabra suya va inspirada por el amor Dios. Se siente redimida, nueva criatura en Dios. Es una vida que inspira por ese amor tan grande a su hija. Por esa fe tan grande en Dios. Dalila es simplemente es gente que inspira.